12 que de ningún modo se podía perjudicar a los que tenían puesta su
confianza en la santidad del Lugar, y en la majestad inviolable de
aquel
Templo venerado en todo el mundo.
13 Pero Heliodoro, en virtud de las órdenes del rey, mantenía de
forma terminante que los bienes debían pasar al tesoro real.
14 En la fecha fijada hacía su entrada para realizar el inventario de los
bienes. No era pequeña la angustia en toda la ciudad:
15 los sacerdotes, postrados ante el altar con sus vestiduras
sacerdotales, suplicaban al Cielo, el que había dado la ley sobre los bienes
en depósito, que los guardara intactos para quienes los habían depositado.
16 El ver la figura del sumo sacerdote llegaba a partir el alma, pues su
aspecto y su color demudado manifestaban la angustia de su alma.